Los finales

Publicado el

Hablamos mucho de los buenos comienzos en la literatura, pero muy poco de los finales. Yo me sé de memoria muchas primeras frases de cuentos y de novelas, pero ahora que lo pienso no me sé ninguna frase final. Me viene a la memoria ahora mismo la de El halcón maltés, cuando alguien dice, con aliento de Sahkespeare, que la estatua del pájaro pintado de negro no estaba hecha de plomo sino de la materia de los sueños. A mí unas veces me ha costado mucho encontrar la última frase de una novela y otras la he visto clara mucho antes de llegar al final, y me ha servido de guía en el tanteo de la escritura. Quizás recuerdo más finales de obras de música que de literatura. Estos son dos de mis preferidos: el final del concierto de violín de Alban Berg, con esa nota sostenida y solitaria que se va perdiendo poco a poco, como la vida de la niña a la que está dedicada la obra; y el final de la Sexta de Tchaikovsky, que en otros finales podía ser tan melodramático y atropellado. Aquí la música se va apagando lentamente, extinguiéndose, y lo que quedan son los golpes del timbal, cada vez más espaciados, un corazón que está dejando de latir, una fatiga que se convierte en desvanecimiento, en aceptación del silencio. Cuando escucho esas obras en una sala de conciertos me gustaría que el público dejara una cierta pausa antes de empezar el aplauso. Me gusta esta definición de Debussy, que también tenía mucho talento para terminar: “música es el silencio que hay entre las notas”.